Ya veo la cara que estáis poniendo y lo que pasa por vuestras cabezas: «¡¿Cliché?! ¡¿Erótico?! ¡¿San Valentín?!»; pues no, mira que sois previsibles —y no gruñáis todos a la vez por lo bajini—. ¿Hay mayor chiché que el creer saber lo que le pasa a alguien diagnosticado con em? Hummm, ya veo que me vais entendiendo; aunque sí, el cliché de todo lo que rodea a San Valentín me dio pie para escribir este post.
Ni siquiera los neurólogos, esos magníficos médicos especialistas en el cerebro, con los que mantenemos una relación amor-odio que nadie (salvo ellos mismos) podrán quebrantar, saben descifrar el significado de cada una de nuestras sinapsis —más, o menos pochas—. La enfermedad de las mil caras, esa que puede afectar a todo en general pero a algunas cosas más en particular.
Afecta a la visión; en mi caso nunca ha ocurrido, mi nervio óptimo debe ser la envidia en el mundillo.
El calor nos afecta negativamente (o eso me dijeron en el tercer año de carrera); a mí lo que me afecta sin lugar a dudas es el frío, ya sea nórdico o simplemente madrileño. Esta afirmación creo que es merecedora de una pequeña explicación. El calor nos afecta, sí, pero de una manera opuesta al frío. «Vaya obviedad», pensaréis; pues no, hay una explicación científica. El efecto del calor es la descripción gráfica (incluso física) de la expresión estar aplatanado; mientras que el frío el lugar de provocar esos movimientos lentos y fatigosos tan típicos en nosotros (de ahí nuestra común fatiga), provoca que nuestras sinapsis sufran saltitos en su trayecto y nuestra sensibilidad se encuentre en una continua fiesta. Fiesta sorpresa, a la que por supuesto ninguno de nosotros hemos sido avisado con antelación, como mucho, al sentir el frío podemos intuir como todas nuestras neuronas se van de compras para el evento como unas quinceañeras ante su primer baile de fin de curso.
Problemas en el habla; la verdad que mi dichosa amiga disartria, apareció solo al principio en contadas ocasiones y ante situaciones de estrés. Algunos se cagan encima (¡perdón! No quiero ser escatológica) y a nosotros se nos traba la lengua; no sé qué es peor, la verdad... ya lo estudiaremos detenidamente (si procede).
Alteraciones urinarias; tanto de no poder como de no aguantar. No sé si por suerte o por desgracia desde pequeña me entrené a mí misma para aguantar. Mi padre no hacía más que llevarme de paseo horas y horas —y sí, más horas— sin tener ningún baño localizado; así que mi vejiga lleva tras de sí años de entrenamiento.
Temblores en las manos; cuando me ocurre lo paso por alto. Sí, sí, no levantéis la ceja. Por nervios, frío, exceso de trabajo manual (creo que como fisio, algo de eso tengo) y mil cosas más de una cada vez más innumerable lista, pueden aparecer los temblores; por suerte muchas veces, así como vienen se van. Pero si no les doy importancia, así que... ¡¡¡no lo hagáis!!! ¿Se pierde algo por intentarlo? Solo malas sensaciones, y esas, cuánto más lejos mejor.
¡Ufff! Qué denso, ¿no? Las mil caras, todo lo que nos pasa (o no), lo originales que somos y en definitiva: ¿¿No es así más divertido?? Todos los días escuchamos los problemas de los demás; que si la hipoteca, que se practico sexo olímpico (solo cada cuatro años), que si el niño no hace caquita bien, que si el vecino es muy ruidoso..., bla, bla bla y mil veces más bla. Y estos comentarios si se ajustan al número mil.
Por tanto, como no me canso de decir mil veces como mínimo: Disfrutad. De cada diferencia, de cada rasgo que nos hace diferentes y entender el significado de priorizar mejor que nadie.
CON EM... ¡¡Y FELIZ!!
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