No nos engañemos, ¿quién no ha sentido
cómo, sin previo aviso, comienzan a sonar todas las alarmas —o quizá
solo una, pero atronadora que te taladra el oído— y lo que te pide el
cuerpo, es salir corriendo sin saber por qué ni a dónde?
Es como si se apagaran las luces, de repente solo ves una luz roja —como las de los submarinos o «búnkers»
(ni que hubiera estado en alguno)— que te hacen sentir un pánico, ya
conocido pero no siempre asumido. Esa sensación que te invade frente a
lo desconocido, aunque lleves en convivencia con ello muchos años
—convivencia, incluso peor, que la de un matrimonio mal avenido—. De
todas maneras, contestarme a otra cosa: ¿ Quiénes de vosotros no jugaba
al escondite de pequeño? Al final como el Universo nos escucha, seguimos
jugando —igual no de manera consciennte— pero lo hacemos. Nos
escondemos de lo que no nos gusta, de lo que nos da miedo, de lo que no
nos aporta buenas vibraciones (aunque a algunas nos guste el reto de lo
difícil) y todo eso ¿para qué? ¿Desaparece? No, la verdad que no,
peropor mi experiencia, tras llevarme el disgusto —y si mi pierna se
pone de acuerdo conmigo— y veo la tontería por lo que me preocupé,
siento como se ha inyectado una dosis extra de fuerza. Sí, sí, tras un
pánico nuclear que amenaza con eliminar el mundo conocido…paso a una
fuerza tal, que creo poder con el mundo y todas sus amenazas.
Analíticas, neurólogos que solo
transmiten negatividad (gracias a Dios no todos), músculos que perecen
haber conseguido la independencia sin ni siquiera haberla solicitado, y
jornadas laborales —junto con trabajos en ocasiones muy físicos— que
incluso a la gente que goza de salud, le produce una fatiga y
agotamiento comprensible… ¿No es una explicación más que válida para
sentir un «chute» de fuerza extra? ¿No explica todo esto el
porqué de ser tan fuertes? ¡Venga sí! Todos trabajamos o conocemos a
alguien que vive en la luz roja casi las 24h, que siempre encuentra de
qué quejarse y a nosotros nos crecen las arrugas —porque enanos ya
tenemos suficientes— de tanto disimular lo que pensamos ante tanta
queja.
La esclerosis nos elige, nos elige por
cómo somos, por nuestra fuerza, por nuestra capacidad para renacer como
el Ave Fénix; nuestras cenizas se regeneran día sí y al siguiente, para
no perder la costumbre, también. Disfrutemos de esa fuerza que no todos
pueden sentir y menos disfrutar como lo hacemos nosotros. Sacamos lo
bueno de cada tropiezo —y de tropiezos sabemos un rato—, de cada
obstáculo y cada crítica u opinión negativa. El optimismo es nuestra
mejor medicina y no supone un gasto a la Seguridad Social. Cuidémosla y
sobre todo… ¡fomentémosla!
A vivir que son dos días, y los nuestros, desbordan intensidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario