Reflexiones brotosas...

                   Árbol, La Naturaleza, Lago, El Agua, Cielo

Muchos hablan. Muchos creen saber. Y muchos, sin remedio, opinan. Pero ¿Cuántos desean de verdad saber lo que es nuestra vida? La de una enfermedad neurológica grave y degenerativa. Cada día que pasa más tengo claro que pocas de esas preguntas son sinceras, o lo suficientemente sinceras al menos, para que un cerebro sano quiera retenerlas.

No hay mayor máquina de la verdad que nuestro cerebro, sano o no, quedan reminiscencias de un momento, un comentario, una mirada o una opinión. Sé que la positividad es nuestra gran arma, quizá la única verdadera. Las que nos mantiene la cabeza bien alta. ¿Queréis saber más acerca de la em? Quizá solo abrir la mente, empatizar y creer pueda hacerlo posible.
¿Cómo explicar el significado de mover las piernas cuando nunca te paraste a pensarlo?
¿Cómo explicar lo que supone estar enfermo de por vida cuando la salud te vino de serie?
¿Cómo explicar algo que no vives cada segundo?
No hace falta que lo penseis, no se puede. Se supone, se imagina...pero todo lo que no se siente no puede llegar a entenderse. No en su plenitud al menos. 
¿Poder calzarse?¿Vestirse? ¿Ducharse? ¿Lavarse las manos o los dientes? ¿Dar un paseo? 
La alegría de poder mover los dedos de los pies, llevar la taza del desayuno, tener un orgasmo, sentir una caricia, o apreciar una leve caricia solo son solo algunos de los síntomas a los que los neurólogos no dan importancia —o al menos la suficiente—. Probablemente alguien sano tampoco. Nos educaron en que hay cosas más importantes que otras, cuáles y por qué ya es otro debate, pero... ¿alguien nos enseñó qué supone perder ciertas sensaciones, olores o caricias? Me lo suponía.

Pues os diré, tras tres ingresos medianamente largos, en seis meses, que lo peor no son las pruebas médicas, los síntomas en primera persona, las miradas de desconcierto o duda en los ojos que nos observan —porque lo hacen—, lo peor es intentar que te comprendan. Y qué, podeis pensar. Yo me lo guiso yo me lo como... hasta que llega el momento que sabes, sientes, que tu vida no volverá a ser la que era. Tu trabajo, tu entorno... tus ojos dejaron de mirarlos igual, tu cabeza no dejará de plantearse la mejor salida; sea cual sea y digan lo que digan. Entonces... ¿qué hacemos? Unas orejeras cuquis —como se dice ahora—, desconectar el teléfono fijo —como hice yo— o los tampones de toda la vida, pueden alejarnos de lo que nos rodea, pero en muchas ocasiones aumenta el ruido interior. ¡Oye! Pues si que doy grandes soluciones. No os engañaré, quizá no haya encontrado la panacea que poder patentar pero... no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. ¿Para qué queremos personas en nuestro entorno que simulen entendernos? ¿Que den consejos sin tener la más mínima idea? Pues eso... abramos la puerta (poco tiempo para que no se escape  el aire acondicionado, que nos efecta y más que aquellos que se cren normales) y fuera.

Nada malo dentro y sí fuera. 
Respirar hondo y meditar, que todo se pasa antes o después.

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