Te dejo mis zapatos...


De verdad, te dejo mis zapatos... incluso mis zapatillas de deporte, las de estar por casa, las de salir a correr. Todas, ya imaginareis por qué. Muchos  saben —especialmente sin tener en casa el título de medicina— qué es mejor para la esclerosis, cuánto es mucho para esperar el paso por tribunal médico, qué discapacidad te conviene o si en tu caso concreto es mejor una minusvalía...
¿Pues sabéis qué? Once años trabajando en una mutua no me ha otorgado ese derecho.

Me río, no puedo dejar de hacerlo y aún sin título en medicina, que sí otro sanitario, me sigo riendo. Porque sé cómo funcionan los tribunales, y más los de mi comunidad, sin juzgar que en otras sean mejores, más rápidos o efectivos y ¿por qué? Porque reírse es bueno, con enfermedad o sin ella, permitidme la licencia,seré crónica, pero también tengo licencias. Licencias que pueden traducirse en opiniones sin criticar a otros enfermos, enfermedades o tratamientos. Sí, sé que casi todos —por no decir todos— saben de tipos de tratamientos, pastillas y sus efectos, incluso combinándolos. El saber es grande, más cuando se habla y opina sin parar, creer tener más derecho que otros por alguna razón y hacer caso omiso de consejos porque ¿quién quiere consejos cuando atesora la verdad absoluta? Y vuelta a la risa, interna y también a la luz de todos. ¿Por qué pensar —o incluso saber— qué es lo mejor si desconoces las circunstancias? ¿Por qué creer que lo tuyo es mejor —o peor— porque es tuyo? Sí, puede ser, pero nunca, y repito, en cursiva y negrita nunca puedes llegar a saber las circunstancias de los demás y es lícito, y sin duda alguna, creer saber quién merece estar en tu vida y quién no. La enfermedad no pregunta, no tienes elección pero sí en a quien abres la puerta de tu vida. Como también a quién se la cierras.

Así que me digo cada mañana, ¡a la mierda, yo decido, a quien no le gusta que cierre la puerta! Quien quiere estar sabe cómo hacerlo, sabe que conmigo no va el postureo así que... ¡¡apariencias fuera!! ¡Aqué decido yo! Sin creerme nada, ni hacerlo creer.



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