¿Y por qué no?


Sí, esperé mucho para retomar el blog, ¿pero qué día mejor para hacerlo que hoy, día nacional de la EM?


Aún recuerdo esa emoción. Como todos nos agolpábamos frente a las listas de prácticas del tablón nada más comenzar septiembre. Asociación de esclerosis múltiple de Móstoles. Cuatro días a la semana gimnasio, uno en piscina. Recuerdo el viaje desde casa a la asociación. Los pacientes y los casos, cada uno diferente al resto. Incluso el comentario de uno de ellos, al preguntarle por el fin de semana y contestarme sin vacilar que le había dado un brote, pero ya estaba mejor. Mi cabeza no conseguía entender. En ninguno de mis apuntes de la universidad hablaba de algo así. Ni siquiera parecido. Al día siguiente seguí con el plan. Triple flexión, parelelas y la neuro más traumatológica que recuerdo... pero mis recuerdos escleróticos hoy en día son como son...
Día de piscina. Recuerdo el agua caliente, cómo los movimientos en los pacientes eran más disociados, más fáciles que fuera del agua. Volví a casa entre sensaciones encontradas, entre preguntas de cómo podrían vivir con una enfermedad así. 

Todo quedó en el olvido cuando mi contrato con una empresa más dirigida a trauma me trasladó al país vasco. Tras unas inyecciones que escocían pero no eliminaban mi sensación neuropática, una noche apenas pude llegar al baño por un problema motor pero... ¿era mi sistema nervioso central?...
Al día siguiente mis compañeros, seguros de que se trataba del sistema nervioso periférico, me consiguieron una consulta con un neurólogo que trabaja con nuestra empresa. Llegué a la consulta asustada, me llevaron claro, mi coche debería esperar a que pudiera conducirlo hasta casa. Me hicieron una resonancia magnética donde pude leer posible enfermedad desmielinizante. Unos minutos de prueba, otros minutos con contraste y de vuelta a la sala de espera. Miles de preguntas se agolpaban en mi cabeza. ¿Qué enfermedad desmielinizante? ¿No se trataba del sistema nervioso periférico? Entre pregunta y pregunta el médico me llamó. Sí, esclerosis múltiple. Apenas tenía dudas pero pedirían una analítica para confirmar unos parámetros. Hasta entonces, subiría a una habitación del hospital para que me hiciera una punción lumbar. De nuevo en la sala de espera. Sola. Con más preguntas aún que al principio, hablé con mi compañero —actual fisio de la Real— y escribí a mi pareja. Cuando todo estuvo listo subí a la habitación y sentí la corrriente más desagradable que podía imaginar mientras me curvaba entre una almohada y la pobre enfermera recibió una patada como resultado del espasmo reflejado por haber tocado el nervio con la aguja durante la punción.

Al fin tumbada, la novia de mi compañero llegó con una par de cosas de mi casa y mi jefe llegó para interesarse por si necesitaba algo más. Cené y se quedó hasta que me dormí. Solo unas lágrimas asomaron y caí en brazos de Morfeo. A la mañana siguiente más compañeros y mis padres, que habían volado hasta allí para ver de primera mano cómo estaba.

Volví a mi vida. A trabajar, conducir y estar a cientos kilómetros de casa. Mi padre consiguió una cita con uno de los mejores médicos en EM y el traslado laboral se hizo posible.
A raíz de ahí, cada síntoma, cada dificultad, pensaba que era consecuencia de la enfermedad pero... ¿y si mi cabeza tomaba más parte que ella? Desde entonces han pasado once años y el peor momento, el del brote catastrófico, hace un año. Gracias a él, mi psicóloga y las facilidades dadas por la empresa, el cambio que tanto esperaba sentir se ha dado. Vivir, disfrutar de cada instante —bueno o malo— porque todos nos enseñan algo y ser feliz con la enfermedad parece haberse hecho posible. Antes o después, por unas circunstancias u otras, debemos asimilar lo que tenemos encima y decidir si lo queremos encima o a nuestro lado.

FELIZ DÍA DE LA EM....

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