Despertares...


Un interrogante.
Uno por encima de todos.
Ninguna tenía tanto peso ni tanta importancia.



¿Cuántas veces despertamos con preguntas? Preguntas diferentes a las del resto de población. Cuestiones neuroatípicas que forman parte de nuestra vida actual, pero... ¿podéies recordar cómo era la vida anterior? 
Ya me entendéis. Anterior a hospitales, consultas, pruebas, tour de médicos y tratamientos hasta encontrar el que se convierte en vuestra media naranja. Limón o chirimoya, ¿por qué no chirimoya? Con cientos de husecillos negros que representan cada uno de los escalones que queremos o no se nos presentan de la mano de su diagnóstico. Durante mi último bolo de #Ocrelizumad, en uno de los miles sueños entre los brazos de Morfeo o bien, del ansiolítico (diré que prefiero pensar que es en los sueños de un fornido Morfeo que el efecto del Polaramine), toda mi vida anterior, como me gusta llamarla, no dejó de entrar y salir por mi cabeza. Sí, ya sabéis. Una vida en la que trabajaba cuarenta horas semanales, tenía guardias de catorce horas y era tan ingenua que mis amigos eran reales. No solo para ir a tomar unas cañas después de la jornada. Y sí, aunque ahora todo ello parece que haya pasado... nunca, pasó. La entrada en una empresa importante con cientos de trabajadores, les responsabilidad en mis manos del tratamiento de mi parcela en su evolución y el estudio constante (¡Ay!, estudio como capacidad neuronal presente y posible en mi cerebrito #neuroatípico). Y sí, me parece una película vista hace años. Película no, hace años sí... pero tampoco tantos. ¿Vosotros recordáis una vida pasada? ¿Más plena?



Y de repente, (bueno, vale no tan de repente. Con síntomas pequeñitos presentes más o menos a menudo) y a cuatrocientos kilómetros de casa. Con otros compañeros laborales. Con otro entorno. Más conocimiento de lo que es la vida fuera de la madriguera... mi #em quiso robarme el protagonismo que con 23 años pocas veces había sentido de manera tan intensa, plena y portentosa. No quería pensar lo que en mi cabecita se rumiaba de manera cada vez más clara y evidente. Así que decidí solo centrarme en el apoyo sobre la pared del camino al baño. En ese momento poco más importaba. Tras eso, conducir los cuatro kilómetros que me separaban al pueblo de al lado donde trabajaba y mantener la mente en blanco. Siempre en blanco. Pero mis compañeros, mi jefe, veían que algo no iba como debería y se pusieron en marcha. Me llevaron al hospital concertado con la clínica y allí empezó mi periplo. Ese que ya conocéis todos, RM con contraste, punción lumbar (ese día sentada y con patada automática a la enfermera situada frente a mí) y comienzo de bolos en la habitación. Mi jefe estuvo conmigo hasta que me dormí y en casa, a kilómetros de allí, mi pareja compraba un billete de avión para mis padres.

A raíz de ahí, no cambió apenas mi vida. Pasé las Navidades en casa una vez realizaron el traslado de la baja mis compañeros médicos, y tras un pelea (no física, faltaría más) conseguí que mi médico de cabecera de aquel entonces me diera el alta. Volví a Fuenterrabía, mi trabajo como fisio, resos cuando tocaba hasta que mi jefe consiguió el traslado a la clínica de la que venía.
¡Ay, Madrid! Los atascos que echaba tanto de menos, el barullo, el estrés y el aumento más que considerable de pacientes. Mi trabajo no debía suponer un problema para mis jefes, más bien todo lo contrario, y en cuanto me independicé y pedí el traslado a la clínica que tenía bajo casa, se hizo. Nuevos compañeros, más majos si cabe que los anteriores y como suele pasar cuando todo va bien.... tortazo con mano abierta a doble cara.

Fingolimod fuera, brote catastrófico (del 15% de afortunados pacientes), cinco meses entrando y saliendo del hospital, vías centrales para plasmaféresis (sí, como las que salían en House), resos más blancas que con sustancia gris...

Pero aquí estoy, sí, jubilada a los 36 pero descubriendo lo bonita que puede ser la vida si te dedicas a vivirla. Sin derroche de dinero, de planes (porque muchos ni te contemplas hacerlos), pero VIVIENDO. ¿Por qué qué es la vida si no se vive? Nos pasamos buena parte de ella pensando que lo hacemos, pero no. Las obligaciones, el ritmo al que nos obligan vivir las circunstancias, la suerte o falta de ella que se haya tenido y todo lo que nos rodea no sabemos lo que nos influye hasta que algo nos para. Unas ocasiones es la muerte de alguien querido, otras un problema de salud... Sea como fuere, no es una marcha atrás sin frenos, es una marcha hacia un horizonte que desconocíamos y es posible.

Como nunca me cansaré de repetir, VIVIR, pedir ayuda cuando la necesitéis y no os avergoncéis de lo que os pase. La em fue mi salvoconducto, ¿El vuestro?






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