Montañas rusas



Sí. Así es, queramos o no. Lo intentemos con todas nuestras fuerzas o no. Trabajándolas o no... las emociones son como una montaña rusa y sin el cómo. Pero sí hay algo que nos cuesta ver cuando estamos abajo y no tenemos ninguna duda cuando estamos arriba, es que hay muchas que conseguimos aceptar en lo más alto y nos negamos a hacerlo en la posición más baja; reconocer lo que hacemos bien o mal sin echar la culpa a lo ajeno que no depende de nosotros.
Que si no hay suficiente investigación. Que si mi enfermedad es más incapacitante que la tuya. Que si yo eso que tú sí puedes, yo no. Que si, que si y más que sis que no llevan a otra cosa que la frustación.Una frustación que va coloreando de un gris plomizo nuestros días, nuestras tardes y nuestras noches sin poder ver una luz clara al final del tunel en el que creemos estar.
No hablaré de mí. Ni de mi situación. Ni de mi experiencia profesional. 
Porque el yo, solo interesa —o espero que lo haga— a mi entorno más cercano.
Porque mi situación solo es mía y de lo que se genera y siembra en mi interior.
Porque mi experiencia profesional solo atañe a mis antiguos pacientes y sus patologías. 

Tal fácil como alejarse de lo externo es lo más difícil cuando no hay algo interno a lo que querer enfrentarse. Y sí, nuestro yo interior, es lo que más nos cuesta criticar. Esa autocrítica que nadie nos enseña hacer de pequeños. Esa autocrítica que muchas veces duele más que cualquier enfermedad. Esa... que nos separa de lo que nos puede ayudar si ampliamos miras. Porque, reconozcámoslo o no, dorarnos la píldora no hace daño a nadie, hasta que lo hace. Si no, ¿de qué vivirían los psicólogos? ¿La sanidad que tanto se critica?
¿Alguna vez se piensa qué sería de nuestra vida sin los vaivenes de esta? ¿En que pondríamos nuestras esperanzas o las fuerzas de cada mañana sin nada sanitario de por medio? Y no me refiero a viajes paradisiacos, excursiones, cafés olvidados o sexo sin compromiso —o con él, dejemos de juzgar a la intimidad física—.

La vida es mucho más amplia, tanto, que en función de en qué entorno nos movamos, podríamos crear miles de mundos paralelos no tan paralelos, divergentes, o imposibles si dejamos de hacerlos perpendiculares, opuestos o inaccesibles.
Lo intentamos sí, pero el ser humano tiene una capacidad pasmosa para el «bah, no puedo» y optar por lo más fácil. Por ser activo en nuestra zona de confort o incluso criticar a quien sale de su propio confort sin aceptar su trabajo y simplemente denominarlo suerte.

Porque ahora sí pondre un mantra por delante, con el yo como sujeto para que cada uno haga lo que quiera con él:


Suavizar, calmar, permitir.
No culpabilizarse.
Aceptar las emociones negativas.
Sin ellas, no habría positivas.















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